Leticia Betancourth, una madre comunitaria que no sólo entrega amor en su trabajo

Esta es una de las historias de vida que demuestra toda la entrega y voluntad de servicio, pues la señora Leticia Betancourth, es un ser humano que ha demostrado que el amor también se puede compartir con personas, que aunque no sean de nuestras propias raíces, también pueden convertirse en parte de nuestras vidas, todo esto únicamente por ser hijos del mismo Dios.

Doña Leticia nació en 1945, originaria del municipio de Piedra Ancha, Nariño, y desde muy joven demostró ser una mujer alegre, amorosa, luchadora y echada pa lante; tal como se lo demostró su madre, la señora Ilia Betancourth (Q.E.P.D), quien fue un ejemplo de vida invaluable y que le demostró que para conseguir un propósito en la vida, simplemente se necesitan ganas, esfuerzo y mucho amor.

En su tierra conoció a su esposo, el señor Gerardo Realpe, con quien convive desde hace 46 años y con quien concibió a sus cinco hijos; uno de ellos falleció por causas de nacimiento prematuro, pero aún la acompañan Richard, Carmen, Ángela y Marcela, quienes ya son profesionales y han hecho sus vidas. Pero además de criar a sus hijos, ella nunca pensó que en su vida había de cuidar niños ‘ajenos’; pues tiempo después de 1986, que fue el año en el que arribaron con su familia a la ciudad de Pasto, buscando mejorar sus condiciones económicas y sobre todo por ofrecerles un futuro mejor a sus hijos, contó con la suerte de encontrar una oportunidad laboral en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, como madre sustituta en un hogar comunitario del ICBF.

En aquel entonces doña Leticia acudió a su suegra, la señora Eliza, quien la asistió desde un comienzo y la acompañó donde el administrador encargado ‘el Dr. Segovia’, quien finalmente daría la aprobación para adjudicar el hogar comunitario en su vivienda en marzo de 1988. Desde ese momento comenzaría con una ardua responsabilidad social que no sólo implicaría recibir por una jornada a unos niños, sino estar al tanto de su cuidado, alimentación y formación. De esta manera, ha venido entregando retazos de amor, cuidado y afecto a los niños y niñas que desde hace 29 años han pasado por su hogar comunitario del ICBF.

Personas como doña Leticia no son como cualquiera, cada día es un nuevo impulso que la empuja a levantarse muy temprano para iniciar con las labores de preparación de alimentos y alistamiento de su hogar comunitario para recibir a los 12 niños que tiene ahora bajo su cuidado. Pero todo esto, no sería posible sin el apoyo incondicional de su familia y sobre todo de su hija Ángela, quien se convirtió en su mano derecha desde el momento en que ella terminaba su bachillerato, que fue cuando demostró interés por la labor social que adquirió su madre y con cada día que pasa, el mutuo apoyo que se tienen juntas, hace que el hogar comunitario funcione mejor de lo que lo que se había planeado.

Inicialmente este trabajo exigía invertir tiempo y el espacio adecuado para los niños, pero con el paso de los años el ICBF y el SENA les han proporcionado las capacitaciones adecuadas tanto en el manejo de manipulación de alimentos como en la interacción pedagógica con los infantes. Esto convirtió el hogar comunitario de doña Leticia, en uno de los espacios de primera infancia más seguros y reconocidos de su sector, generando confianza por parte de los padres de familia y generando excelentes relaciones interpersonales entre sí.

Aunque el espacio acondicionado en su vivienda no es el que ellas desearían para brindar los servicios totales de un jardín infantil, se han dado los modos para distribuirse las tareas de la una a la otra y así proporcionarle a los niños la mejor atención en cuanto a una excelente minuta subsidiada por el estado y una adecuado inicio escolar infantil del cual se encarga Ángela, debido a que se preparó como Normalista Superior en Pedagogía y otros diplomados.

Hoy por hoy, doña Leticia se siente satisfecha, porque cree que ha entregado todo su amor en esta labor tan bonita en la que aprende a querer a niños, que después de un tiempo los mira hechos todos uno hombres y mujeres que pasaron por su hogar. Dice ella… nunca descuidé a ningún niño y siempre los recibí con todo el cariño para brindarles mi hogar y colaborarles en lo que más se pueda a los padres de familia… por ahora y por mi edad ya me siento cansada, así que espero que Dios me regale la pensión que tanto merezco por todo el esfuerzo que invertí en todos estos años.

Finalmente ella invita a la comunidad para que confíen en el servicio de los hogares comunitarios, porque son personas idóneas y capaces de ofrecer un buen cuidado mientras los padres realizan sus labores, además, a los niños se les ofrece una buena alimentación y actividades escolares y lúdicas, que por ser sembradas en edades de los 2 a los 5 años quedan grabadas en su mente y en su corazón por el resto de sus vidas.