El desarrollo, a secas, ¿es el nuevo nombre de la paz?

El desarrollo, a secas, ¿es el nuevo nombre de la paz?

Al pasar por la Plazoleta San Francisco y levantar la mirada hacia el frontis de la Iglesia Catedral me he encontrado con esta frase “El Desarrollo es el nuevo nombre de la Paz”, acuñada por allá en 1967, por el entonces Papa Pablo VI en su encíclica “El progreso de los Pueblos”.

La lectura de la frase nos ha dejado varias inquietudes pero sobre todo una que se ha centrado en torno a qué tipo de desarrollo se refiere, uno basado en la productividad relacionada con el talento humano, uno basado en la competitividad basado en el libre mercado, desarrollo tecnológico, desarrollo sustentable, ¿de qué tipo de desarrollo se está hablando?

 A grandes rasgos el desarrollo hace referencia a un determinado crecimiento que se adquiere con el tiempo y que requiere de una serie de procesos continuos.

 Si nos vamos al corazón de la Doctrina Social de la Iglesia, la frase nos indica las coordenadas de un desarrollo integral del ser humano y de un desarrollo solidario de la humanidad: el Papa presenta el desarrollo como “el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas”, no reducido a las dimensiones meramente económicas y técnicas, sino que implica, para toda persona, la adquisición de la cultura, el respeto de la dignidad de los demás, el reconocimiento  de valores supremos.

 Procurar el desarrollo de todos y todas las personas que vivimos en Nariño responde a una exigencia de justicia a escala mundial, que pueda garantizar la paz y hacer posible la realización de “un humanismo pleno”, gobernado por valores universales y no por intereses particulares.

 Pareciera quedar en el escenario la inquietud sobre el tipo de desarrollo que necesitamos en Nariño;  una inquietud sobre si a más desarrollo menos se necesita del ser humano para construirlo o si el desarrollo va unido de la mano al éxito de tal manera que solo quien logra llegar a la cima gana la competencia y consigue la medalla de triunfador.

¿Será este el escenario sobre el cual deberemos deambular nuestros pasos como pueblo nariñense? Más producción, más competitividad, más cemento, menos verde, más gris, menos seres humanos para verlo y disfrutar los beneficios de este supuesto desarrollo.

 Al final del siglo XVI Shakespeare ya había vislumbrado este rompecabezas y lo pone en la boca de Shylock, el personaje de El Mercader de Venecia: «Me quitan la vida si me quitan los medios por los cuales vivo».

 Aparece de nuevo esta problemática en los siglos XVIII y XIX. Se comienza a hablar sobre el “Laissez faire, laissez passer” (Dejar hacer, dejar pasar). Malthus insiste especialmente en laissez mourir (Dejar morir) en vez de laissez faire.

 En Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1983) este dejar morir es ahora ley del mercado, lo que no es en Malthus. Según Smith, los mercados siempre dejan morir a aquellos que en el interior de las leyes del mercado no tienen posibilidad de vivir y así debe ser. Es parte de la ley del mercado. El equilibrio de la mano invisible se realiza dejando morir a aquellos que caen en la miseria. Si volvemos a la cita del Shakespeare, eso significa que el equilibrio se logra por el asesinato de los sobrantes.

 Hoy asistimos al escenario de las nuevas manifestaciones sociales, hombres y mujeres que protestan y se rebelan porque se sienten violados en su dignidad humana. El lugar de la dignidad humana lo ha ocupado la consideración del ser humano como capital humano; las nuevas democracias y nuestros nuevos gobiernos han hecho desaparecer la dignidad tratando de transformar al ser humano en capital humano y su subordinación a los cálculos utilitaristas.

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Papa VI

 Los seres humanos no son capital humano y por ende la naturaleza no hace parte del capital; sin embargo nuestra sociedad avanza hacia tales horizontes de deshumanización que todos o casi todos nos dejamos interpretar como capital humano ante el poder económico y el poder político.

 La ley del mercado, que une productividad con competitividad y asemeja las dos con el concepto de desarrollo y éxito, los confunde y hace confundir a la sociedad, es quien ordena estas condenas. Da el permiso para matar y los portadores del poder económico ejecutan.

 La ley del mercado soluciona todos los problemas de una posible mala conciencia de aquellos que cometen el crimen. Están cumpliendo una ley y por tanto no cometen ningún crimen. Eso ha ocurrido con los países llamados del “tercer mundo” o “en desarrollo”. El Fondo Monetario, el BID y los gobiernos neoliberales han sido declarados inocentes del crimen que efectivamente cometen en nombre de una ley que la propia sociedad que basa su bienestar en el consumo de bienes y servicios ha promovido. Se trata del corazón de piedra que tiene que ser cultivado en nuestros dirigentes, políticos, dueños de la economía, ejecutivos para ser capaces de hacer lo que hacen.  ¡Ese desarrollo no es el nombre que queremos para la paz!

 El actual Papa Francisco se ha pronunciado en torno a la importancia del desarrollo de los pueblos y la gravedad del problema de la desocupación, es ésta una verdadera llaga de la sociedad, la famosa economía del descarte. La desocupación genera la marginalidad, que es precisamente la falta de participación de muchos en el proceso social, tanto en la producción de bienes materiales como no materiales y la marginalidad es fuente de graves problemas sociales.

 Hoy en Nariño se anuncia con bombos y platillos la inversión para la construcción de mega obras, de la concreción de viejas aspiraciones sociales del departamento, de la posibilidad de generar mayor bienestar para los habitantes de Nariño a través de la realización de este tipo de iniciativas. ¿Qué  tanto se ha pensado en el ser humano de carne y hueso y de sus verdaderas aspiraciones de desarrollo? ¿Va a beneficiar verdaderamente a los más vulnerables estas acciones o contribuirá a seguir manteniendo las mismas lógicas perversas impuestas por la Ley de Mercado?

 Cualquier iniciativa de desarrollo debe ubicar en el centro a la persona humana en su integralidad, tanto personal como colectiva. Ésta labor se deberá asumir con una perspectiva global, no sólo limitada a lo económico sino que debe estar articulada con las otras dimensiones del desarrollo integral: la social, la política, la cultural, la medioambiental y sobre todo, la ética.

No confundamos el crecimiento económico con el desarrollo. ¡El ser humano es el autor, el centro y el fin de toda actividad social!